¿LA VIRGINIDAD PASO DE MODA?
Advertencia: Lectura extrema solo para adultos.
Hace 30 años atrás cuando se celebraba un matrimonio en mi pueblo, la prometida tenía que tener su pañito de seda en la puerta de su monte Venus, si mentía y el matrimonio se consumaba se formaba la “San pablera”, la casada era puesta en telón de boca, humillada y regresada al otro día a su casa.
La virginidad antes era un eslabón totalmente sagrado, este tipo de matrimonio duraba años y hasta la muerte, la completa virginidad era un aval para el reconocimiento a largo plazo de la esposa…
Hoy si la chica no tiene el virgo eso no importa un comino, es como decía el viejo Manapancha: "¡pa' lante es pa' ya!"
El siguiente texto es un Chascarrillo picante, propio de los pueblos del Estado Sucre de Venezuela.
Autor: ELIAD JHOSUE
Título:
QUE EMBAUQUE A OTRO INOCENTE QUE NO SEA YO
Lucia Antonia Roquefett quería que me casara con ella, la visitaba por las noches y como su casa era un poco oscura y carecía de una optima iluminación, no la observaba bien. Siempre vestía con una batica verde que no se quitaba de encima, un hilo dental blanco desgastado por el tiempo que casi la rajaba por la mitad, un blue jean agujereado e hilachudo a la moda y unas zapatillas de Charol que hacían toc, toc cuando caminaba.
Fue aquel día de lluvia cuando salimos a contraer nupcias, su familia estaba alegre porque lucia se casaba.
Su pequeña hermana en ese día de júbilo me regalo un ramo de rosas rojas y sonriente me dijo al oído, que se lo regalara a su hermana porque era lo más hermoso y amado que tenía.
Su padre algo flojo y barrigón me pregunto para donde me la llevaría, le dijo ofuscado, para mí ciudad de Origen. ¡Ahh! me contesto, algún día te visitare, cuídala bien, ella es muy delicada y especial, aunque gritona, grosera y mal humorada, siempre se le van los tiempos.
Ella apenada y ruborizada de los pies a la cabeza le dio un revirón de ojos a su padre que lo hizo callar de súbito.
Su madre algo jovial, quien a mi me gustaba mas que Lucia me dijo enfática y en tono amenazante, que cuidara a su hija y le diera los beneficios que su padre jamás le había dado a ella, toda una vida había sido una burra en su casa y no lo deseaba para su “lucita”.
Sin embargo, me sentía dichoso al lado de lucia, ese día portaba un vestidito recortado, color blanco moteado, adornado con hermosas zarzuelas de color y algunos broches de turquí, pero no le pude ver el rostro, el cual por costumbres de familia lo ocultaba bajo un velo negro, en igual ostentaba una frazada de bello corsé que había sido tejido con las propias manos de su madre.
Nos montaron en una vieja y destarlada camioneta de vagón y en la semi oscuridad de aquel vagón aproveche la circunstancia de la intimidad del momento y antes de llegar a la prefectura Civil para hacerla toda mía, la oí gemir, decirme tantas cosas perturbadoras, de deseos tortuosos, frenéticos como un huracán desbastador, se acurrucaba en mis brazos como poseída por mil demonios, me pedía que le mamara los senos, el pubis, el clítoris, que la bañara con la esperma de mis entrañas.
Me deje envolver por aquella tanda de mordiscos apretaditos, chupaditas, agarraditas de nalgas, boicoteos de lenguas entrecruzadas, sudores mezclados con el oxido del fondo de aquel vagón, mordidas de orejas, haladas de pelo, metidas de dedos y de otras cosas mas que a cualquiera le subiría la sangre a borbotones a la cabeza.
Pero yo me imaginaba algo desde el principio y mi pobre coincidencia intuitiva pego en el clavo, cuando penetre en su robusta vagina quede congelado, mi falo paso de largo como si hubiese penetrado en un tonel con manteca.
Después que copule y sentí que salía a chorros mi existencia por mi miembro inferior la bese por ultima vez y le dije sarcástico, humillado y molesto… ¿te crees que soy idiota?…alguien te cojió primero que yo, no fuiste virgen para mi, me engañaste…
La solté trémulo, temblando, satisfecho y triste a la vez porque la había llegado amar hasta el colmo. Espere que aquella vieja furgoneta medio frenara en una de las curvas del pueblo, me lance a tierra y corrí en la oscuridad como un demonio perseguido por mil perros con mal de rabia, mientras ella aterrada y semi desnuda gritaba. ¡No te vayas que me matas! ¡No te vayas amor mío! ¡Faustino, Faustino! ¿Qué haces mi vida? ¡No me dejes! ¡No te vayas!
En el estertor de la noche fría pude oír su grito desgarrador.
Desde ese día no he visto más a Lucia Antonia Roquefett, quizás ella descubrió que yo no era un peliagudo pendejo…mi pequeña lucia comprendió en absoluto que jamás volvería con ella.
¡Qué embauque a otro inocente que no sea yo!
Lucia Antonia Roquefett quería que me casara con ella, la visitaba por las noches y como su casa era un poco oscura y carecía de una optima iluminación, no la observaba bien. Siempre vestía con una batica verde que no se quitaba de encima, un hilo dental blanco desgastado por el tiempo que casi la rajaba por la mitad, un blue jean agujereado e hilachudo a la moda y unas zapatillas de Charol que hacían toc, toc cuando caminaba.
Fue aquel día de lluvia cuando salimos a contraer nupcias, su familia estaba alegre porque lucia se casaba.
Su pequeña hermana en ese día de júbilo me regalo un ramo de rosas rojas y sonriente me dijo al oído, que se lo regalara a su hermana porque era lo más hermoso y amado que tenía.
Su padre algo flojo y barrigón me pregunto para donde me la llevaría, le dijo ofuscado, para mí ciudad de Origen. ¡Ahh! me contesto, algún día te visitare, cuídala bien, ella es muy delicada y especial, aunque gritona, grosera y mal humorada, siempre se le van los tiempos.
Ella apenada y ruborizada de los pies a la cabeza le dio un revirón de ojos a su padre que lo hizo callar de súbito.
Su madre algo jovial, quien a mi me gustaba mas que Lucia me dijo enfática y en tono amenazante, que cuidara a su hija y le diera los beneficios que su padre jamás le había dado a ella, toda una vida había sido una burra en su casa y no lo deseaba para su “lucita”.
Sin embargo, me sentía dichoso al lado de lucia, ese día portaba un vestidito recortado, color blanco moteado, adornado con hermosas zarzuelas de color y algunos broches de turquí, pero no le pude ver el rostro, el cual por costumbres de familia lo ocultaba bajo un velo negro, en igual ostentaba una frazada de bello corsé que había sido tejido con las propias manos de su madre.
Nos montaron en una vieja y destarlada camioneta de vagón y en la semi oscuridad de aquel vagón aproveche la circunstancia de la intimidad del momento y antes de llegar a la prefectura Civil para hacerla toda mía, la oí gemir, decirme tantas cosas perturbadoras, de deseos tortuosos, frenéticos como un huracán desbastador, se acurrucaba en mis brazos como poseída por mil demonios, me pedía que le mamara los senos, el pubis, el clítoris, que la bañara con la esperma de mis entrañas.
Me deje envolver por aquella tanda de mordiscos apretaditos, chupaditas, agarraditas de nalgas, boicoteos de lenguas entrecruzadas, sudores mezclados con el oxido del fondo de aquel vagón, mordidas de orejas, haladas de pelo, metidas de dedos y de otras cosas mas que a cualquiera le subiría la sangre a borbotones a la cabeza.
Pero yo me imaginaba algo desde el principio y mi pobre coincidencia intuitiva pego en el clavo, cuando penetre en su robusta vagina quede congelado, mi falo paso de largo como si hubiese penetrado en un tonel con manteca.
Después que copule y sentí que salía a chorros mi existencia por mi miembro inferior la bese por ultima vez y le dije sarcástico, humillado y molesto… ¿te crees que soy idiota?…alguien te cojió primero que yo, no fuiste virgen para mi, me engañaste…
La solté trémulo, temblando, satisfecho y triste a la vez porque la había llegado amar hasta el colmo. Espere que aquella vieja furgoneta medio frenara en una de las curvas del pueblo, me lance a tierra y corrí en la oscuridad como un demonio perseguido por mil perros con mal de rabia, mientras ella aterrada y semi desnuda gritaba. ¡No te vayas que me matas! ¡No te vayas amor mío! ¡Faustino, Faustino! ¿Qué haces mi vida? ¡No me dejes! ¡No te vayas!
En el estertor de la noche fría pude oír su grito desgarrador.
Desde ese día no he visto más a Lucia Antonia Roquefett, quizás ella descubrió que yo no era un peliagudo pendejo…mi pequeña lucia comprendió en absoluto que jamás volvería con ella.
¡Qué embauque a otro inocente que no sea yo!
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