LA VENTANA COLONIAL Y ANTILLANA
Siempre quise empaquetarme en asuntos de índole aventurera,
cuan hermoso es deambular por caminos nunca andados por nuestras peculiares
andanzas, totalmente desconocidos y por
conocer.
Cuando niño el lejano panorama me
incitaba a bordear sus orillas interminables e internarme en su sinuosidad
horizontal era mi pasión, no era para menos y para mucho, el azul de fondo de
las lejanas montañas, cuyas se confundía con las nubes del firmamento, me
hacían soñar, delirar, desvariar y angustiarme por emprender el camino lo mas
antes posible a lo que veía de antemano como un hecho irrealizable.
Una pequeña tapia de bloques
fríos, un pequeño terreno, casas, aguas transparentes, pozas de destellos
azulados, pantanos, lagos misteriosos, sotobosques, vías de acceso, caminos
carreteros, trollas y desfiladeros me impedían tocar aquel flamante sueño
infantil. Mientras esta pasión me embargaba con sutileza infinita, el sol amarillezco
de las tardes pueblerinas vomitaba sobre mí, juguetonas vibraciones necroscópicas de
partículas de luz incidente y nerviosas.
En las noches veía curtirse el
cielo en negro mate de vistosos luceros que sonreían al cosquilleo intermitente
de las nubes, una oleada de brisa con fragancia mezclada entre castañas recién
hirviendo, cangrejos asados y el aroma milenario del nostálgico y casi mágico
limoncillo de la noche, eran sabores, colores y visuales, cuyos preceptos
terrenales entre culinaria y recuerdos olfativos, me aturdían refrescando aquel
pasaje aventurero que había de llegar algún día como la lluvia del invierno.
Mientras el tiempo pasaba e iba creciendo en
años, mi sueño aventurero se incrustaba con deseos en la ansiedad. Cerca donde
me sentaba a dos metros del viejo muro, presencie la fabricación de un establo
y el crecimiento de un árbol de Pan del año. Aquel sicómoro tomo altura y con su
robusta crecida se incremento mi aventura. Todas las tarde después que
regresaba del aula escolar corría emocionado y me encaramaba a lo alto de su copa
verde, en la altura podía acariciar sus hojas tridentes y sus frutos
redondos y de corteza picuda como la del castaño, pero más pequeñas y abundante.
Allí en lo alto de la
majestuosidad lozana del pícaro árbol y su extensa comunidad, tenía que hacer
una batalla campar contra las hormigas coloradas y las hormigas locas, sin
embargo, embelesado entre aquel mundo infantil miraba absorto la lejanía…
Y un día después de mucho tiempo
vi en la distancia una ventana y en esa ventana la vi mirándome fijamente, como
cuando se mira en un árbol la fruta más madura y codiciada, y vi sus lindos ojitos acuclillarse en la semi penumbra de aquel día de
nubes oscuras, para desearme, para gritar con su mirar que hacia muchas lunas me
esperaba detrás de aquella ventana colonial y sus follajes y decoraciones
antillanas.
Un chorro de electricidad nunca
antes sentida recorrió mi sangre juvenil y confundió la memoria, un ramalazo de
instintos pasionales cimbreó mis inquietudes nacientes y se me revolvió el
ansia, aquello era una visión inesperada… (Fin de la I parte)
Autor del diseño de imagen gráfica 3D y escrito: Eliad Jhosué Villarroel