Autor de texto: Eliad
Jhosué
Foto: Cleydi
Foto: Cleydi
Dedicado a mi novia amada y querida a quien deseo y amo tanto: Cleydi Bustamante carranza.
En Darkapalo nunca llovía,
siempre hacía un sol inhóspito que le arrancada de cuajo la piel de la espalda,
a quien osase quitarse la camisa a pleno mediodía.
En Darkapalo todo asimilaba un
peladero de chivos, las casas permanecían tostadas como si estuviesen apostadas
entre un gran horno de microondas, los techos de caratas se esquebrajaban
amordazados entre aquel fragor infernal y los pocos árboles de espinos estaban
torcidos y resecos, semejaban a fantasmas encorvados besando el árido suelo,
como si fueran mártires de un dolor inquebrantable.
Me trasladaba desde Guanta a
Darkapalo en un taxi de mala muerte, todo destartalado, desconchado, maloliente
a gasolina, los asientos parecían un nido de ratas salvajes, el automóvil de
los años 50 amenazaba con desmantelarse en cualquier momento, sus cauchos
semejaban a cuatro tomates y el humo que soltaba se confundía con la polvareda
amarillezca de la carretera desnuda. Algunos habitantes, residentes en el
trayecto de la vía parecían conocer al chofer porque en su pasar le gritaban.
¡Mata plaga! (Por la humareda
que despedía por el tubo de escape)
¡Píntalo con brocha!
¡Mata hormiga! (por lo cauchos)
¡A como vende el kilo de
tomates!
¡Ahí va el helicóptero
terrestre! (por el fragor de la bulla del motor y de los hierros retorcidos)
El pobre chofer acostumbrado
al recio chalequeo ni miraba a los lados, a veces le tiraban pedruscos y el
sacando la mano por la ventanilla, blandía el brazo con el puño cerrado en
señal de golpearlos, les mentaba la madre y los agresores se orinaban de la
risa, era todo un circo viajar con el único chofer que trabajaba cargando
pasajeros en la vía de acceso a Darkapalo.
Por la vía polvorienta recordé
a mi dulce amada, una chica dulce, nativa de Darkapalo, de contextura semi
delgada, cintura de guitarra, senos redondos como toronjas maduras, de boquita
dulce, sensual y provocativa, de unos ojazos color negro azulado, eran grandes,
adorables e incitaban a soñar, arriba de sus lindos ojos, resguardaba unas
cejas bien arqueadas y brillantes como hilos de seda, de nariguilla respingona,
rostro de líneas bellas, gráciles y un pelo rubio que me enloquecía cuando la
brisa le acariciaba. Su juventud exquisita resultaba ser sencilla, era tierna,
sensible y apasionada, pintaba marinas, escribía algunas letras, amante de los
niños y estaba recién graduada como maestra de primaria.
Era mi última cita en
Darkapalo para con ella, la venia a pedir de manos y de paso traérmela a mi
casa donde haríamos nuestro hogar pre planificado, ella quería tener dos niños,
una niña que se pareciera a ella y un niño que fuera igualito a mí,
concordábamos en todo y nuestra compatibilidad era única. Mi novia dulcificada
era irresistible y hermosa que me envidiaba consigo mismo, toda una diosa de
huesos frágiles con un envoltorio de carne sabrosa, su rica apariencia se
adentraba en las neuronas e impulsaba caminar la sangre en mis venas como
hormigas voraces y turbulentas, me roían la carne y me hacían cosquillas por
donde quiera.
Por el camino nos paramos y
compré cuatro cajas de cervezas frías para darme un hartazgo de felicidad, eran
cervezas del tipo que denominan desechables, para mi gusto localicé casualmente
las que me gustaban, marca Zulia, esas que tienen un círculo amarillo como logo
y en un centro un águila azul.
El chofer al ver mi acto
sonrió y aplaudió, parecía que no se había tomado una sola en su vida. Le dije
que era para tomar carburo y levantar el brío, la labor a efectuar en Darkapalo
no era nada fácil y me sentía un poco cobardón, a lo que me dijo socarrón: Eso
pasa amigo, pero esa mujercita esta como Dios quiere, lo felicito, suéneme una
para brindar por usted y soltó una carcajada que escondía detrás de su
presunción cierta picardía, me zurró tremenda palmada en la espalda que casi me
avienta los pulmones con el corazón, sonó un trallazo de los mil diablos y la
cosa me quedo ardiendo que le mascullé con cierta molestia: ¡carajo vale! con
ese y otro llego a la tumba. ¡Ni tanto así hombre, no sea flojo! espeto
guiñándome un ojo el muy abusivo.
Cuando por fin logramos llegar
a Darkapalo en aquella tetera con ruedas, ya estaba chispeado, aquellas
cervezas se me habían subido al cerebro y veía todo bonito. ¿Sabe donde me va a
dejar señor? le susurre todo vuelto leña. Se volvió a reír y me contesto. Yo sé
todo de aquí jefecito, no se preocupe, lo dejaré casi en la puerta de su diosa
bella… ¡Ok! le respondí entusiasmado y alegre, terminando de escanciar otra de
aquellas botellas espumeantes, amargas y como un caldo hirviendo debido a su
recalentamiento, sin embargo como estaba volando en el Olimpo medio embriagado,
las consumía con delicias.
Cuando aparcó aquella carroza
de fieros oxidados, le pagué la mitad del dinero propuesto para el doble viaje
y le dije que me esperara, porque solamente iría a pedir la mano de mi querida
y me la iba a traer en menos de lo que canta un gallo, el compromiso estaba
consumado y celebrado hacía meses atrás. Luego de realizar la petición y
cumpliendo con aquella costumbre del pueblo, se avecinaba lo mejor, de pensarlo
se me engrifaron los pelos de los testículos.
Salí del viejo cascaron de
hierro bailando al estilo de Michael jackson y sin darme cuenta tropecé con una
raíz seca y casi me voy al traste de bruces sobre la carretera caliente, mente
la madre y di varios trancazos hasta que logre ajustar un poco el equilibrio,
ligero miré de lado a lado buscando con cierta vergüenza por si las moscas
algún pueblerino me estuviera mirando, solo al ver el chofer que se reía a
costa de mis costillas fue un alivio, le hice una ademán hastiado con las manos
y continué mi camino hacia la felicidad. Recordé emocionado a mi noviecita
querida y suspirando profundamente susurre entre dientes. ¡Te amo
"carajita", no te imaginas cuanto! aquel amor me ahogaba, me estaba
matando.
Le señale otra vez al chofer
que me esperará
El chofer asintió y se
arremolinó un poco para dormitar aquella borrachera incipiente, mientras duraba
aquella ceremonia familiar. Antes de sentir que perdería mi situación de
soltería, contemplé extasiado la lejanía del campo sabanero, seco y árido y se
escurrió en mis adentro una nostalgia indefinida. Vivir aquí hay que tener las
bolas bien puestas, pensé y me adentré en el callejón las flores, al final
localizaría el hogar que tanto deseaba ver en ese día para la consumación del
festejo familiar.
Al acercarme escuché llantos,
ayees y sollozos ¿Qué estará pasando? me pregunté asombrado y presentí algo
extraño, un vuelco muy fuerte en el corazón estremeció los sentidos. Apresuré
mis pasos y cuando estaba frente de aquella casa humilde vi a muchos vecinos
rodeando sus adyacentes, otro golpe irresistible se vertió como un trueno entre
el corazón que hizo vibrar hasta mis vertebras.
Me acerqué ligero y tomando a
un sujeto por el brazo que estaba en la muchedumbre le pregunté ¿Qué pasa?, me
miró con unos ojos lánguidos, llenos de gruesos lagrimones, luego miró hacia el
interior de la casa como intentando decir algo, lerdo se incrustó en un mutismo
y bajando la cabeza quedo en silencio, entonces oí alaridos y un llanto que me
desgarró el cerebro, me empequeñeció el corazón e hizo que mis piernas
temblaran aprisa. ¿Dios de mi vida que está pasando? Vociferé como premeditando
una condena a la más oscura tragedia.
Como todos me miraban con
lástima y nada me decían, decidí entrar a los aposentos de mi amada, cuando
atravesé pesadamente aquella puerta, desfalleciendo en incontrolable
incertidumbre, observé a sus hermanos, madre, padre y familiares llorar
desconsoladamente, cuando sintieron mi presencia callaron, se hizo un silencio
de muerte, un silencio que me heló la sangre, nubló perspicazmente con una
doble capa de humo, la ancha sala de aquella triste casa gris.
Y al mirar al fondo, allí
estaba, tendida sobre sabanas blancas, rodeada de rosas blancas, con un vestido
blanco que parecía un ángel durmiente, con un sutil maquillaje que intentaba
ocultar lo blanquecino de su hermoso rostro, su cabellera lucia yerta, ni el
viento solía tocarla por respeto a su humanidad dormida.
Cuando la vi tendida, yerta,
sin vida, comprendí que el mundo se me venía encima, el andar hacia donde
estaba su débil y delicado cuerpo de ninfa fallecida, en vez de caminar, los
pies arrastraba, no podía creer aquella visión que tétricamente me mostraba el
destino, justamente el día de mi llegada. Hundí mis manos en el bolsillo de la
chaqueta negra y sacando el anillo de compromiso lo tire por la ventana y
colocando mis manos en mi rostro solté algunas lágrimas.
Cuando pude llegar donde
estaba mi dulce amada, aquel retoño que en vida bese con ansias adoradas, con
locuras extremas, con frenesí desbordado, al verla con los ojos dormidos caí de
rodillas con gran estrépito, sin importar si se partían las rotulas al caer
sobre el piso de concreto. Durante largo rato y con los ojos como dos carbones
encendidos, la contemplé absorto, trastocado, inútil ante un sentimiento que
nacía emergente de mi pecho herido, ¡Dios mío! exclamé como si una flecha
envenenada se hubiese clavado en mi carne temblorosa.
Agonizando tomé varias flores
en las manos y las apreté con tanta fuerza, que las espinas de las rosas
entrando entre la piel de la palma de mis manos, se tornaron rojas por la
sangre que bullía enloquecida de mis venas en rojo furia, luego temblando como
gelatina, me abalancé sobre su cuerpo que tanto amaba, desesperado le bese los
labios mudos, la frente fría, el cuello aun aterciopelado y con el aroma de su
perfume que tanto añoraba, sus lindos ojos cerrados parecían adornados con una
lágrima viva, como un orate acaricie su rubia cabellera tiñéndola de rojo
carmesí con las fibras de mi sangre tibia, fluyendo de mis manos condenadas…
¡Dios mío no! grité enardecido
y volví abrazarla con tantas fuerzas que hice crujir sus huesos sin vida, su
carne inerte, sin calor, sin los pulsos que sentía cuando la tenía entre mis
brazos llena de vida, ¡háblame! ¡Dime que es mentira! vociferé lleno de un
dolor indescriptible que me abrazada como una candela viva, me ahogaba, apretaba
el corazón con una prensa agresiva, me cegaba, ya no me importaba existir. ¡Te
amo mi flaquita linda! ¡Te amo de verdad! ¡Te necesito como necesito a la vida!
¡Háblame, despierta, no quiero que me dejes, tu eres mi vida, sin ti no se qué
haría!
Por instantes vi que se movía
a causa de mi dolor y paranoico la moví y posando mis labios en su boca intenté
darle aliento para qué resucitara, aquellos intentos fueron tan fallidos como
mis ganas de verla nuevamente con vida.
Desconsolado y sin hallar el consuelo
deseado, abrí mi boca y cerrando los párpado con fuerzas, Lloré, lloré como
llora un niño desamparado, lloré en Darkapalo, lloré sin consuelo porque desde
ese día estaba muerto como mi amada.
Ese día de dolor trono fuerte
y llovió por primera vez en Darkapalo.
El viento realizo algunas
cabriolas y dibujo en el cielo un corazón que decía adiós con su partida.
¡Ay que dolor! fueron más mis
lágrimas que la lluvia.
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